El Icono de la Natividad del Señor (1ª Parte).

El Adviento es el tiempo del “advenimiento”, de la “venida” del Señor. Porque sabemos que vino al mundo hace algo más de dos mil años, sabemos que está entre nosotros, que viene cada día y que vendrá a culminar su obra de salvación entre nosotros. Decimos que cada año, en este tiempo de Adviento, nos preparamos para celebrar dicha venida, nos preparamos para celebrar la Navidad, la natividad, su nacimiento.

La Iglesia oriental, a lo largo de los siglos, ha plasmado los acontecimientos de la vida del Señor en un tipo de pintura muy peculiar: los Iconos. Una pintura cargada toda ella de simbolismo hasta el más mínimo detalle. Cada figura, cada color, cada adorno, cada localización, tiene un significado que trata de acercarnos la teología, la tradición y la fe cristiana a través de su fuerza visual.

En este tiempo del Adviento y Navidad del año 2012 (Ciclo C del Leccionario) vamos a ir desentrañando el simbolismo del Icono de la Natividad del Señor, un icono que comienza a confeccionarse a partir del siglo V, a partir del relato de los Evangelios de San Mateo y de San Lucas, así como de los Evangelios Apócrifos. Dado el carácter atemporal de este tipo de pintura que aúna en el mismo plano momentos y tiempos distintos, hace un recorrido desde el anuncio de la llegada del Mesías y la espera de su nacimiento, hasta su encarnación, nacimiento y reconocimiento de su propia humanidad.
Para ello iremos montando paulatinamente, domingo tras domingo y fiesta tras fiesta, los elementos de dicho icono en el frontal del altar mayor de nuestro templo de la Sagrada Familia.

PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO:
“LEVANTAOS”

● La Montaña
En el centro del icono, dominando la escena, hay una escarpada, rocosa y agrietada montaña con forma piramidal. Su austeridad sugiere un mundo duro e inhóspito, un mundo lejano al Paraíso, en el que cuesta sobrevivir.

Pero también es la montaña mesiánica, el monte santo, el lugar del encuentro. Subir al monte, subir a la montaña, es subir a encontrarse con el Señor, como hicieron Moisés, los profetas y el propio Jesús. “Al final de los tiempos estará firme el monte de la casa del Señor, descollando entre los montes, encumbrado sobre las montañas. Hacia él confluirán las naciones” (Isaías 2,2). La montaña es Cristo. En algunos casos, como el nuestro, presenta dos cimas: las dos naturalezas de Cristo, la humana y la divina.

● La Cueva
En el centro de la montaña se abre un antro, una cueva oscura que de un negro riguroso muestra las entrañas de la montaña. Esta oscuridad representa la increencia humana, el miedo, la desesperanza, “la crisis”… El Evangelio de este 1er domingo de Adviento pone en boca de Jesús las siguientes palabras:

“Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes […]. Los hombres quedarán sin aliento por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo […]. Entonces verán al Hijo el hombre venir en una nube, con gran poder y majestad. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación.” (Lucas 21, 25-28).

cueva
En medio de la noche sin estrellas en la cueva de nuestra desesperación, Cristo, “nuestra luz”, el “Sol de la Verdad” entrará en la historia tras haber sido provisto de carne en el cuerpo de María. La oscuridad de la gruta simboliza el mal y la oscuridad de los infiernos, que se abre como las fauces de un monstruo que trata de engullir al Niño. Cristo sitúa su nacimiento en el fondo de los infiernos, de modo que “la Luz brilló en las tinieblas”(Juan 1,5).

De igual modo podemos contemplar el mismo abismo oscuro (o la boca de un monstruo) en la parte inferior (inferos=infiernos) del Icono de la Resurrección: Cristo baja a los infiernos y rompe sus puertas para siempre, rescatando de la muerte a toda la humanidad, simbolizada en las figuras de Adán y de Eva, a los que coge por las muñecas -en donde notamos el pulso del corazón- para devolverles el pulso de la vida, tirando de ellos, arrancándolos de la oscuridad.

La representación de una cueva utilizada como establo, lugar del nacimiento de Cristo, está basada en el Protoevangelio de Santiago, y fue adoptada en el siglo V. De hecho una cueva sigue existiendo en Belén, e infinidad de peregrinos han orado en ella a lo largo de los siglos. Aunque ya no tiene aspecto de cueva, porque en el siglo IV, por orden del emperador Constantino, se transformó en capilla, y al mismo tiempo, sobre la capilla se construyó una Basílica.

● El Arbolillo que nace del tronco

arbolilloEn algún sitio del icono aparece un arbolillo que brota de un tronco, ilustrando las profecías de Isaías y de Jeremías (Primera Lectura de hoy): “Brotará un renuevo del tronco de Jesé (el padre de David), un vástago florecerá de su raíz” (Isaías 11, 1); “En aquellos días y en aquella hora, suscitaré a David un vástago legítimo, que hará justicia y derecho en la tierra” (Jeremías 33, 15).

 

FIESTA DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN:
“HÁGASE EN MÍ”

● El Rayo de Luz

El sereno pero incondicional asentimiento de María a la invitación transmitida por el arcángel Gabriel hace que Aquél que estaba distante se pueda aproximar, primero llenando su cuerpo, más tarde visible en carne. Gracias a que el “Hágase en mí” de María, es un “sí” libre de todo pecado de modo que no se guarda nada para sí misma sino que se entrega por entera a Dios, la Luz comienza ya a entrar en la cueva y a iluminar su oscuridad.

rayo

En el Icono de la Natividad, siempre hay un rayo de luz divina que conecta el cielo con María y el Niño, con la cueva, con nuestro mundo. En la parte superior aparece un óvalo parcialmente revelado, sólo se muestra una porción, simbolizando a Dios Padre (al cual nunca llegamos a ver por completo). Desde dicho óvalo, un rayo de luz que viene de lo alto se abre camino entre la tierra y desemboca en la gruta oscura. Los israelitas pedían que se abriesen los cielos y que apareciese el Redentor: “¡Ojalá rasgases el cielo y bajases, derritiendo los montes (Isaías 63,19). Los cielos se han abierto; la Luz que viene de lo alto se ha abierto camino a través del monte hasta llegar dentro de la cueva.
A mitad de camino aparece un círculo más pequeño que simboliza al Espíritu Santo, y en él se enciende una estrella; es el signo cósmico que revela el misterio que baja del cielo; la luz que guiará a los magos y el resplandor que contemplarán los pastores. La Encarnación del Hijo es la manifestación de la luz increada, es Dios que por medio del Espíritu Santo y María Inmaculada baja de lo alto hasta penetrar en la oscuridad del mundo. La luz penetra en la gruta oscura y tenebrosa, la luz llega donde yacía la humanidad en medio de las tinieblas y las sombras de la muerte. Es el comienzo de ese “abajarse de Dios” que nos salva. No en vano, en oriente, a la fiesta de la Navidad se le llama “Fiesta de la Luz”.

Los tres rayos que descienden de la estrella simbolizan la Santísima Trinidad, indican la participación de las tres personas divinas en el proceso de la salvación.

● Los Ángeles
Los ángeles son los protagonistas celestiales de la Navidad. En el icono representan a todos los ángeles del cielo en sus múltiples funciones: guiar a los Magos, informar a los pastores del nacimiento de Cristo o expresar regocijo por el fausto acontecimiento. Miran hacia la luz y son adoradores de la divinidad, son los mensajeros de Dios para los hombres, como lo fue el arcángel Gabriel con María.

angel

SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO:
“PREPARAD EL CAMINO”

● El Profeta Isaías
En algunos Iconos aparece un personaje vestido con pieles: es el profeta Isaías. Isaías es imagen de Juan el Bautista y de todos los profetas, que a lo largo de la historia habían profetizado la llegada del Mesías. Isaías profetiza la Señal de Dios “La virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá el nombre de Emmanuel” (Isaías 7,14) y profetiza también que “Una voz grita: en el desierto preparad el camino del Señor, allanad sus senderos” (Isaías 40,3) tal y como hace Juan el Bautista en el Evangelio de hoy.
A diferencia del demonio que aparece vestido igual tentando a José y/o a Salomé, Isaías está posando su mano izquierda sobre una losa de piedra en la que, por mandato del Señor, grabó el nombre de su hijo profetizando la caída de los enemigos, o bien llevando una tabla o una tira de pergamino con sus profecías. Se sitúa junto al tronco de Jesé, señalando al niño con la mano.

isaias

Escrito por José María Oviedo Valencia.

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