Semana Santa: contemplación y vida

En este Semana Santa, contemplemos con ojos nuevos lo ya visto, y vivamos con energía nueva lo ya vivido.

Son estas celebraciones en las que debe destacar su carácter contemplativo, centrado en la figura de Jesús. Como dice Santa Teresa de Jesús: «Sólo os pido que le miréis». Mirar a Jesús, escuchar sus palabras, siempre nuevas, vivas, actuales.

Acercarnos a sus gestos, dejar que afecten a nuestra vida, dejarnos querer y salvar por lo que Jesús hace por mí y por todos los hombres y mujeres de hoy, de ayer y de siempre. Él es el Maestro y el Señor, el que vive.


Si Jesús está vivo, también lo están sus palabras y sus gestos: la mesa compartida, el servicio a los otros, el amor y la amistad, el Reino del Padre, la entrega hasta la muerte, la serena confianza en el Dios que da la vida, la gloria a la que Dios me llama en Cristo.

¿Dónde encuentro hoy estos signos? ¿Con quiénes compartimos hoy la mesa, la creación? ¿A quién «lavar los pies», dónde se manifiesta la actitud de servicio de la comunidad de los discípulos de Jesús? ¿Dónde Cristo es de nuevo crucificado hoy? ¿Dónde resucita?

En esta dirección se mueven las palabras de Juan Pablo II:
«Dios (interviene decisivamente) en la historia: el Señor no es indiferente, como un emperador impasible y aislado, ante las vicisitudes humanas. Su mirada es fuente de acción, él interviene y destruye los imperios prepotentes y opresores, abate a los orgullosos que lo desafían, juzga a los que perpetran el mal.

Nuestra oración, sobre todo, debe invocar y ensalzar la acción divina, la justicia eficaz del Señor, su gloria, obtenida con el triunfo sobre el mal.

Dios se hace presente en la historia, poniéndose de parte de los justos y de las víctimas»


Antes de cualquier compromiso, antes de un «tener que hacer», queremos mirar «lo que es», lo que aconteció, lo que acontece.
Amigos, que Dios nos conceda en estos días santos una mirada de fe para penetrar en el conocimiento de Cristo, su Hijo, y para descubrirle vivo y vivificante en nuestra vida y en la vida de nuestros hermanos, especialmente en los que aman, sirven, sufren y mueren.

*Esta entrada es un extracto del texto escrito por Lucio Arauzo en la revista Eucaristía. Nuestro agradecimiento al Padre Adolfo por hacérnosla llegar.

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